A veces un sol no brilla lo suficiente

29.07.2020

Elección incorrecta.

Habían anunciado que llegaría con sus capitanes y pertrechos. 27 de julio de 1822, la intriga cundía entre todos los allí presentes, ¿Alguien más estaría presente? ¿Y si las cosas se agitaban? Una guerra civil no era lo mejor para ninguna de las partes en aquel momento. El gigantesco sol, imponente la mayoría del tiempo, era ofuscado por un techo de nubes en aquel momento. La brisa del mar, refrescante invadía todo el panorama. "Hoy no llueve" comentaba la gente, "Hoy se encuentran" era otra de las frases populares.

Era un cacique dentro de todo el gentío que allí confluía, y que allí permanecería inamoviblemente hasta ver llegar a las dos ilustres personalidades. Flameaban tonalidades celestes y blancas, y otras tricolores. Uniformes rojos por un lado azules por el otro. Parecía que los entre los más radicales había cierta tensión, pero la mayoría sostenía una amena cháchara, los de rojo superaban en número los de azul. El cacique que allí se encontraba era tímido, era de los azules, los del sur. Blandía firmemente una bayoneta, el mentón rígido, parecía estar petrificado. Era joven, había sido enviado para luchar en el Perú, pero su contienda se vio interrumpida porque tuvo que ir con la comitiva para recibir al generalísimo.

  • ¡Ya llega el generalísimo don José de San Martín! -anunció una voz dentro de la multitud.
  • ¡Todos a sus puestos! -ordenaron los capitanes de ambos bandos.

Los murmullos se detuvieron, y los reclutas se alinearon de manera casi perfecta. De una maraña de uniformes rojos y azules, ahora estaban uniformemente distribuidos. El temeroso cacique se dispuso a observar el cielo, un cúmulo opulento se alejaba del sol, que comenzaba a resplandecer. Se oyeron los pasos de los caballos, uno que otro rechinaba pero era calmado casi al instante por su jinete. Era una efigie histórica, el sol detrás de él no lo opacaba, lo hacía relucir más, don José de San Martín imponía respeto entre todos los que allí estaban. El cacique supo que debía saludar, realizando el acto protocolar conjuntamente con todos los demás.

Los nervios invadían tanto a la enclenque personalidad del cacique, estaba frente al libertador, tantos eran los nervios que no recordó ninguna de las magníficas palabras que San Martín allí dijo. Todos aplaudieron jocosamente y repasaban con admiración las frases, mientras él, desorientado sonreía cortésmente a todo lo que le decían. San Martín y su comitiva se adentraron en una casona elegante, en la que esperarían al otro invitado. Los aplausos tras el generalísimo no faltaron, incluso los de uniforme rojo lo loaron amenamente. El gentío volvió a murmurar y a opinar diversamente sobre la llegada del primer ilustre. Interrumpiendo aquel escenario se escuchó nuevamente una voz en medio de la muchedumbre.

  • Ya llega Bolívar -anunciaron.
  • El generalísimo don Simón Bolívar -corrigió un alto militar de uniforme rojo.
  • Generalísimo solo es don José de San Martín -refutaron los de azul.
  • Es inadmisible comparar a Bolívar con San Martín. -respondieron.
  • Quizás sea por eso que cada quien a traído escolta. -agregó el cacique, tímido.

Todos lo miraron, intrigados, no lo reprochaban, pero estaban impactados por el hecho de que un caudillo de tan bajo rango se haya dispuesto a intervenir en el pleito. Se hizo el distraído, y de seguro algún cascarrabias lo iba a reprender, pero fue salvado por la llegada de Bolívar, que asomaba por una colina del este en un caballo del cual no recuerdo bien el color. Este, altivo, se adentró en la misma casona que San Martín, solo los de uniforme rojo lo aplaudieron. Otra vez comenzaron los cuchicheos y las murmuraciones, pequeñas rencillas y acaloradas discusiones.

  • ¿Para que se han reunido? -le preguntó el cacique a su capitán.
  • Van a discutir sobre Guayaquil y sobre el Perú. -le respondieron.
  • ¿Qué tiene que ver el Perú en esta discusión?
  • San Martín quiere formar el Reino del Perú, siente que aún no están listos para una democracia. Bolívar quiere una república.
  • ¿Usted qué opina? -lo interrogó el cacique.
  • No es por ser de los de San Martín, pero yo estoy de acuerdo con él. Bolívar y su panamericanismo me parecen una pavada. Han pedido que nadie más ingrese a la reunión, solo ellos dos.

La brisa marina, refrescante, golpeó en el rostro al cacique y vio como una ave surcaba el cielo majestuosamente. ¿Llegarían a un acuerdo? Los de rojo los superaban en número, pero sabía que ellos no se darían por vencidos. Pasaron cerca de dos horas así, la brisa se había aminorado, las nubes habían huido y el sol candente ardía sobre sus cabezas. El sudor empapaba muchos de los uniformes y se hacían largas colas junto a los aguateros que por allí desfilaban.

San Martín salió, y le susurró algo a uno de sus capitanes, el cual se decayó. El primero firme, con la frente en alto, majestuoso; mientras que el capitán de su costado estaba con el ánimo por los suelos. Algún anuncio le hizo Bolívar a los de su ejército y comenzaron las algarabías y los aplausos. Los de azul, taciturnos pero con la frente en alto, la gran mayoría. Un alto general de Bolívar, en tono desafiante vino a dirigirse hacia los de azul.

  • Bolívar sale ganando en la discusión, y vuestro generalísimo se retira a París -comenzaba a alardear- ¿Y sabéis que más? El grandísimo Bolívar ha dejado enmudecido a San Martín con una intelectual frase: "Dos soles no pueden brillar en un mismo firmamento".

Aplausos jocosos y gritos de algarabía se oyeron por parte de los de uniforme rojo. Empero, todos enmudecieron cuando oyeron que el enclenque cacique se refirió a ellos con una frase, la cual sería confirmada por el tiempo algunos siglos más adelante:

  • A veces un sol no brilla lo suficiente. -dijo.

Autor: Alexander Cóndor 

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