Allí, dentro del espejo
Paranoia o realidad, solo pocos las saben diferenciar.
Descansaba esperando a que regresara, había pasado ya por mucho, pidió un vaso de agua para refrescar el infierno en el que su había transformado su mente, una vez que volvió intercambiaron algunas palabras, y cada quien siguió su propio camino. Él continuaba con aquellos pensamientos tormentosos, le recorría una sensación escalofriante como si hubiese alguien que siempre pisaba sus pasos, como si alguien siempre lo acompañase, pero no podía averiguar que, o quien era.
Decidió acelerar el paso para así tratar de perder a su misterioso persecutor, sentía como discurrían heladamente los ríos de su cuerpo y como cada paso que daba era cada vez con más miedo que para el anterior, sentía que si lo alcanzaban, algo muy malo le sucedería, no específicamente violento, sino algo que va mas allá, algo que logra afectar la moral de un humano. Algo sorprendente y hasta un poco absurdo era que él nunca se había planteado la interrogante ¿Por qué los persiguen?, aunque eso no habría ayudado de mucho, él no le había hecho daño a nadie, o al menos eso recordaba. Su agitada y temerosa caminata proseguía, de pronto oyó que alguien atrás del tropezaba, la sangre se le congelo, y un intenso escalofrío le recorrió el cuerpo, de pies a cabeza, trataba de voltear pero no podía, como si su cuello se hubiese congelado súbitamente, luego de un suspiro que llego hasta lo más profundo de su ser, al fin pudo voltear.
Se sorprendió cuando al voltear, observó una puerta cerrarse ¿sería coincidencia? Debía comprobarlo por sí mismo, con mucho temor abrió la puerta el reflejo de la luz en un espejo al fondo de este, había demasiada gente y cualquiera de ellos podría haber estado siguiéndolo, lo mejor era retirarse de ahí cuanto antes, se dispuso a seguir caminando, esperaba que algún taxi pasar por aquella calle, que era tan concurrida pero que extrañamente en aquel momento estaba desolada, se sobresaltó cuando escuchó las campanadas de la iglesia que marcaban exactamente la media noche, estaba tan perturbado por aquella misteriosa sensación que había olvidado su reloj, metió sus manos a sus bolsillos para menguar un poco aquella sensación álgida que había invadido sus manos, no solo por la noche algente, el miedo ayudaba a que cada vez se tornen más frías.
Había comenzado a entonar una canción para así tratar de laxar su ánimo tan agobiado en ese momento, y lo consiguió, consiguió distraerse tanto que cuando escucho el ladrar de un perro volteo, si, volteo y por unos efímeros segundos apreció a la sádica alma que lo perseguía, no recordaba con exactitud el rostro, pero le resultaba algo familiar, se sobrecogió bruscamente, le dio la oportunidad de alcanzarlo, pero ¿Por qué no lo hizo? Quizás quería mantener su identidad en secreto, ya que era alguien que él conocía. Haciendo el mayor de sus esfuerzos, mientras su corazón latía estrepitosamente, su mente se había bloqueado y tan solo razonaba en una cosa: tenía que llegar a casa.
Con una celeridad tremenda se acercaba cada vez a su casa, esta vez la sensación de persecución era mucho mayor lo atormentaba por completo, sentía los suspiros de alguien rozar su hombro, sentía que se desmayaba, cuando aún faltaban dos cuadras para llegar a su destino, se dispuso a elegir la llave correcta de su menudo llavero. Insertándolo en la cerradura consiguió abrir la puerta rápidamente, y bruscamente cerró la puerta tras de él, fue corriendo despavoridamente a su habitación, al fin se sentía salvo. Observo el reloj, "tic tac" "tic tac" en su mente, de pronto el viejo piso de sus escaleras se oyó rechinar, lo había encontrado.
Se refugió en el baño, y trato de respirar y calmarse, quizás su gato habría hecho rechinar el ya gastado suelo, se le cayó una nota del bolsillo, que le decía lo que tenía que hacer mañana, se inclinó a recogerlo, y no pudo levantarse, como si lo hubiesen inmovilizado en esa posición, tal vez la artrosis era la culpable, tal vez la sugestión mental, o tal vez aquel cazahumanos que lo perseguía, con un esfuerzo tremendo se logró erguir nuevamente, cuando observo aquel portal del interior aquel cristal omnisciente que imperaba aquella habitación, aquel cristal que pareciese tuviera vida propia, su sangre se congelo repentinamente, el tono de su rostro se había marchado para no volver, estaba despavorido, el persecutor, la bestia estaba allí, dentro del espejo.
Autor: Alexander Cóndor