Aquí está el diablo
Una invitación desconocida.
No sabía qué diablos hacia allí. Era media mañana, el sol ardía fervorosamente en el cielo despejado. Las mentados zorzales cantaban y huían del ruido que producía cuando él avanzaba por ese vertiginoso camino. La tierra roja se desmoronaba por la sequedad del clima de aquella época. Solo se veían los matorrales desolados que reinaban en aquel lugar. Se apreciaban pequeñísimos eriales, similares a manchas, donde misteriosamente no florecía ninguna planta. Las lagartijas cruzaban los caminos rápidamente, inofensivas.
"¿Falta poco?" pensaba. Solo podía hablar consigo mismo, no había personalidad alguna por allí. Rodaban piedras purpuras por allí, producto de sus bruscos pasos. Estando a la mitad de camino se preguntó solitariamente: "¿Para qué he venido por aquí?". Siguiendo las precarias instrucciones que le habían dado, trataba de no perderse entre aquella maraña de arbustos y hierbas monótonas. Vio una colina, que a simple vista parecía algo pequeña. "Volteando la curva ya llego" se decía, pero dicha curva se tornaba eterna. Casi resbala en una colina empinada, y cuando al fin logro voltear la curva, allí estaba. En medio de toda aquella cadena montañosa estaba el reflejo del sol, minúsculas olas deformaban dicha reverberación solar. Pequeños aguileños sobrevolaban el paisaje. No había gente, la paz era esplendida. Y la inefable tranquilidad, sin lugar a dudadas maravillosa.
- ¿A dónde vas? -preguntó a gritos alguien a la distancia.
Sintió un escalofrío que lo recorrió de pies a cabeza. Le resultaba difícil concebir que otro demente, a parte de él, se atreviera a estar por esos inhóspitos caminos. Prefirió hacer como si no hubiese escuchado nada.
- ¿A dónde vas? -repitió dicha misteriosa voz.
- ¿Quién eres? -replicó el aventurero con voz seria.
Nadie dijo nada durante algún instante.
- ¿A dónde vas? -se ensañaba la voz.
- ¿A dónde crees? -respondió.
- ¿Ahí te vas a quedar? -seguía interrogándolo.
- ¿Se puede ir a otro lugar?
- Sí, pero es una hora de camino.
Sin querer había entablado con alguien de quien no tenía la más mínima idea de su identidad.
- ¿Para qué has venido? -la misteriosa voz seguía con su cuestionario.
- ¿No se puede venir? -repreguntó de manera arrogante.
- Sí se puede, solo que entre semana no acostumbra venir mucha gente, por eso pregunto.
- Estaba aburrido -le informo la lúdica personalidad qué se había adentrado en dichos caminos enmarañados.
- ¿Y porque has venido solo?
- Porque no había quien me acompañe
- Ven para acá, acá hay huacos -le informó la enigmática voz.
- ¿Huacos? -preguntó dubitativo.
- Si, acá hay cantidad
- ¿Bajo por el camino?
- Si, solo cuidado te caigas nomás -le instruyó.
- Pierde cuidado -respondió desafiante.
Bajando dicha cuesta, se topó con un profundo hoyo cubierto por un plástico azul, de esos que se ponen los espectadores cuando llueve. El agujero tenía la apariencia de haber sido cavado recientemente. La voz provenía de más allá del hoyo, en ningún momento se preguntó que hacia yendo hacia a una invitación de alguien que ni conocía. Estaba rodeando el agujero cuando resbaló y su pie quedo entrampado en el plástico. A la hora de liberarse de este, emano un gas hediondo, una fetidez inmunda, que cuando la respiró tan de cerca, cayó desmayado al instante, estaba inconsciente.
Un pequeño pastor subía dicha cuesta, como si estuviese buscando a alguien. Percibía poco a poco la fetidez despreciable. Ya sabía que se trataba del detestable antimonio así que prendió una fogata para esparcir el olor. Se acercó un poco más para revisar y se encontró con un joven alto y corpulento allí tendido, parecía que estaba muerto. A su lado estaba el hoyo del que desprendía el tóxico olor.
- Aquí está el diablo -dijo.