Con unos cuantos gatos cayó Egipto (parte 1)
Alianzas improvisadas
Psamético III estaba sentado en aquel lujuriosos y soberbio trono que le había sido heredado de su padre Amosis II, quien respectivamente también lo había heredado de su progenitor y así sucesivamente hasta llegar a quien creó la dinastía, el gran Ameres el etíope. El calor que golpeaba la ciudad de Sais era abrumador, la gente transpiraba a chorros en las calles desoladas y con los pozos abarrotados por la confluencia de gentes que iban hasta allá para saciar su sed. Todo aquel calor irritaba aún más al faraón, quien pedía arrogantemente que lo refresquen con los abanicos que blandían sus sirvientes.
Cambises II tramaba su plan, teniendo siempre presente la memoria de su padre, el magnífico Ciro II el Grande, fundador del vasto Imperio Persa. Sabía que era el momento perfecto para detonar el golpe, luego de que Amosis II había muerto. Toda Europa había caído a sus pies, en todos lados había un contingente persa resguardado sus dominios. "Mi padre estaría orgulloso" pensó Cambises II. Pero le perturbaba que Egipto aún no se había rendido, sacando fuerzas de flaqueza el reino que florecía en los márgenes del rio Nilo persistía en mantener su independencia de la marea persa que los amenazaba.
- Su majestad, el jeque árabe Al Uzza se encuentra esperándolo a la entrada de palacio. -le comunicó su visir- Ha llegado con toda su comitiva y con una numerosa escolta.
- Hazlos pasar. -ordenó Cambises II, con cierto aire de ególatra, como todo gran emperador de la época y dirigiéndose a su cocinero le ordenó-: Ve a traer unos manjares dignos del rey.
- En seguida majestad. -asintió temeroso el cocinero, al que llamaban Haseb. Fue céleremente corriendo hacia la cocina a dar órdenes para el banquete.
El visir Bahador, quien había anunciado al jeque árabe, estaba muy intrigado sobre aquella misteriosa visita. ¿Qué querría Cambises II con un líder árabe? La respuesta más obvia era una alianza para hacer caer a los egipcios. Pero con una mente tan maquiavélica y perspicaz como la de Cambises nunca habría que fiarse de nada. ¿Tal vez tramaba una emboscada contra el jeque y así apoderarse por la fuerza de su ejército? No, sería muy arriesgado cometer semejante estupidez diplomática, aunque militarmente los persas podían dar batalla a los árabes y a los egipcios al mismo tiempo. Vaya usted a saber qué pasaba por la mente del emperador persa en aquel preciso momento.
- Gran Cambises II, reciba usted el más cordial saludo de los pueblos árabes que hemos acudido a su llamada. -Le dijo Al Uzza. El traductor era un árabe bajito, con bigote típico de ellos y una nariz de gancho. Cambises nunca había tenido confianza en los traductores y menos en los que eran parte de otros reinos.
Cambises miró con cara de dubitativo a su propio traductor, hombre que parecía haberse pasado todo el día bronceándose, con unos ojos prominentes. Este último asintió, como ratificando lo que el traductor árabe había vertido. En aquel momento Haseb y todos sus acompañantes se adentraban en la sala del trono con fuentes y jarros que contenían los más diversos manjares. Músicos también venían detrás de ellos para amenizar el ambiente, la comitiva árabe se sentía espléndidamente recibida en Persia. El visir Bahador se encontraba a la derecha de su emperador, ambos se encontraban mirando fijamente las acciones y ademanes del jeque, con el fin de observar si estaba nervioso o mostraba algún comportamiento extraño. Pero al contrario, el jeque estaba de lo más apacible divirtiéndose en aquella jarana de recepción. "Lo va a emborrachar y luego quien sabe qué hará" pensaba Bahador, preguntándose qué era lo que tenía entre manos Cambises.
Psamético III sentía en lo más profundo de sí miedo, un pavor terrible cada vez que se imaginaba a ejército persa avecinándose por las dunas montañosas de Sais. Tenía cierta esperanza con que algún pueblo se les sumase a la resistencia, y así tal vez podrían contener al asedio que venía de Persia. Pero, ¿con quién se podría aliar? Los árabes ya deberían estar de lambiscones con los persas, los griegos... ¡Los griegos! He ahí la solución, he ahí la alianza perfecta para poder contener a los persas. Por algún momento se esforzó para recordar el nombre de quien gobernaba la isla de Chipre -el pueblo griego más cercano a Egipto- en aquel momento. Psamético no era atarantado, por el contrario, era alguien intelectual y táctico, pero no tenía el carácter suficiente como para ser faraón, eso fue lo que más perturbó a su padre antes de morir. Luego de largo rato recordó que el chipriota que se encontraba al poder era nada más y nada menos que Polícrates de Samos, quien por cierto tenía fama de ser tirano. Tenía que citar una conferencia con él y procurar firmar una alianza cuanto antes.