Con unos cuantos gatos cayó Egipto (parte 2)
Tiranía indiscriminada.
- ¡Manetón! -llamó Psamético y al instante su visir apareció, era un hombre bajo con una frente prominente y una gran cicatriz en el pómulo izquierdo.
- ¿En qué puedo servirle majestad? -se presentó Manetón, temeroso y cabizbajo. Estaba temerosos de lo que fuese a pasar una vez que los persas se decidiesen a atacar Egipto.
- No debes temer Maanetón, se me acaba de ocurrir una genial idea para poder salir vencedores en nuestra inminente batalla con los persas. -presumía el faraón, con aires ególatra creyendo firmemente que con su idea podrían ganar la guerra- Llama al aqueo Polícrates de Samos para entrevistarnos aquí y establecer una alianza con el fin de defendernos mutuamente.
- Pero señor, Polícrates no tiene tan buena fama de ser alguien de fiar. -replicó Manetón, la idea de aliarse con e tirano chipriota acrecentó más su miedo.
- No repliques y ve a enviar una misiva a Chipre en este momento. Ordenó Psamético de manera autoritaria, enfurecido por la desconfianza de su visir. ¿Sería que igual al papanatas de Manetón todos los egipcios no confiaban en el faraón? No, él era una deidad terrenal y tenía la ayuda de los dioses en la batalla, los persas acabarían inclinándose ante él.
El mensajero egipcio llegó a Chipre tres días más tarde, con el mensaje del faraón en un pergamino, y muchos obsequios enviados por este que eran cargados por sus siervos. ¿Cómo los recibiría el tirano? La fama de sus genocidios y masacres había llegado hasta el otro lado del Mediterráneo. El palacio griego, muy diferente a lo que estaban acostumbrados a ver arquitectónicamente en Egipto, espera a la comitiva egipcia con una especie de fiesta planeada a último momento. Samos y Chipre prosperaban, la calidad de vida había aumentado considerablemente, aunque el precio había sido el exilio de grandes sabios, entre ellos el genial Pitágoras. ¿Le hacían bien los tiranos a las polis cuando estaban en el poder? De seguro no, pero vendían la publicidad de que si lo hacían.
Polícrates ni los recibió, creyó que aquella comitiva o estaba al nivel del grande de Samos, se limitó a enviarles a un visir representándolo. El buen vino griego siempre amenizaba cualquier conversación, y en un abrir y cerrar de ojos la comitiva egipcia estaba totalmente ebria. No estaba en sus planes, la idea nunca le había rondado en su oscuro pensamiento. Pero fiel a los principios tiranos, Polícrates ordeno a sus sirvientes apresa<r a los egipcios y enviar a su barco con dos presos que lo hundirían a la mitad del Mediterráneo. "De algo me han de servir" dijo el tirano mientras veía que los presos despertaban sin saber cómo había llegado allí, ni mucho menos en donde estaban.
El barco se hundió tal como Polícrates había ordenado, y psicodélicamente recién había mandado a informar a Psamético una semana después, como para disimular la desaparición. Fueron entregados algunos restos del barco y prendas de los tripulantes, el tirano había planeado todo minuciosamente. Había algo inefable en las actitudes de los que integraban la comitiva chipriota que iba a informar a Egipto, algo que a Manetón le provoco serias dudas sobre la versión que venían a contar. Conjuntamente con la comitiva informante, el tirano les envió también a una hija suya, bastarda para firmar la alianza. Psamético la convertiría en una de sus esposas y ya se encontraba confiado en que conjuntamente con los chipriotas, la suerte estaba inclinada a su favor.
Cambises estaba complacido con la alegría de los jeques árabes, que habían bebido hasta más no poder. No los ayudaría tanto militarmente, claro que no, si los árabes con las justas tenían a su milicia endeble compuesta por inexpertos. Pero algo valioso les aportarían, eso sí, les aportarían agua. Se reunieron en secreto a la mañana siguiente, Al Uzza y Cambises, y acordaron que los árabes hidratarían al ejército persa en el árido desierto egipcio. ¿Dónde irían a confluir los ejércitos? Lo más probable era que en Pelusio, allí se irían a atrincherarse los egipcios, y sin una estrategia bien meditada sería prácticamente imposible poder vencer a aquellas impenetrables murallas. ¿Qué haría mi padre? Ni se le ocurría, Ciro rara vez había compartido sus tácticas con él, además, los visires que lo guiaban estaban ya murtos o demasiado seniles como para seguir aconsejando al rey.
Los egipcios seguro ya se habían aliado con el hipócrita de Polícrates, claro si es que no les habían dado la puñalada trasera. ¿Podría ser tan ingenuo Psamético como para confiar en el tirano de Samos? Los griegos ya caerían luego, con otra estrategia bien planeada, por ahora la molestia era Egipto. El ejército persa claramente era superior, los egipcios no resistirían ni una semana con su decadente milicia y sociedad. Egipto ya no era el mismo, su hegemonía se había venido abajo hacia mucho, y seguía independiente de Grecia y de Persia gracias a la obra de sus dioses, o a los dioses persas. ¿Por qué había caído Egipto? Malas decisiones tal vez, aunque a decir verdad, poco o nada le había interesado las relaciones exteriores y todo lo que tenga que ver con eso. Persia aún tenía la firmeza y la estabilidad que había dejado sus padres, y sería muy difícil que se viniese todo debajo de la noche a la mañana. La conquista de Egipto era la prueba de fuego, si lo conseguía era muestra de que podía ser tan o más grande que su padre.
Los rumores se volvieron verídicos semanas más tarde, espías persas en Grecia confirmaron la alianza greco-egipcia, algo que no le asusto para nada a Cambises, quien confiaba plenamente en que el chipriota traicionaría a los egipcios. Bahador mientras tanto daba las indicaciones a los soldados persas de las estrategias planeadas hasta aquel momento. La guerra era inminente.