Con unos cuantos gatos cayó Egipto (parte 3)

26.08.2020

Rumbo e intención distinta.

Megálo era un soldado próspero, que estaba a punto de llegar al cargo de centurión de no ser por aquel lastimoso suceso. El ejército chipriota se estaba preparando para ir a na batalla -algo que les encantaba hacer a los griegos- contra los cretenses. Era poco más que un desperdicio, porque los cretenses iban a despedazar a los chipriotas. Temeroso por su vida, Megálo manifestó ligeramente su deseo de fugarse del ejército. Nadie le advirtió que tuviese cuidado con lo que deseaba, porque la paranoia y la sugestión produjeron que intentase escapar cierta noche. Los lambiscones del tirano Polícrates prefirieron apresarlo para torturarlo, pero lo había salvado esta incursión en ayuda de Egipto.

Había entrado a la deplorable prisión un pregonero. Megálo tenía un hambre voraz, le daban de comer tres veces a la semana y agua una vez al día; era cuestión de tiempo para que acabase pereciendo. El pregonero indicó que todos ellos serían enviados a Saia, Egipto, para ayudar a contener el asedio persa. Psamético creía que recibiría de Chipre por lo menos medio ejército, pero Polícrates pensaba distinto, enviaría a no más de mil soldados, pero con un as bajo la manga. Sorprendentemente los prisioneros fueron bien tratados y recibieron armaduras en buen estado. ¿El tirano los había perdonado? N algo se traía entre manos ese canalla, no por gusto lo estaría liberando. La inteligencia de Polícrates fue tal que, luego de realizar una minuciosa investigación, no enviase en el viaje a ningún navegante u otro que supiese de cartografía. Por ende los presos no podían desviarse, si mataban al capitán del barco naufragarían a la deriva y no llevaban alimento para más días que los del viaje.

Flameaba muy firmemente la bandera de la nao que los llevaría a Egipto. Lo único que Mégalo sabía era que hacia el oeste estaban Atenas y Creta, pero luego de eso, n se orientaba para nada. Una vez que se hayan adentrado en el mar y no vean tierra firme, el norte y el sur se podrían bailar en su mente. Al fondo de la nave marina se encontraban las provisiones y la cabina donde estaban los camastros primitivos y unas cabinas que hacían las veces de baño. Zarpaban, y justo en ese momento Mégalo reparo en que al fin eran libres, y que se iban lejos de la tiranía, era mejor morir en batalla que volver a los dominios del cruel Polícrates.

Esperaba ver estructuras un poco más semejantes a lo que le habían contado los comerciantes egipcios que eran amigos suyos. Quizás su imaginación le fallaba y veía algo muy diferente en un lugar no tan desértico. ¿Ese color no era característico de los persas? Las sospechas se confirmaron cuando parte de la tripulación comenzó a alterarse, ¡estaban yendo hacia el campamento persa. Este era el plan del tirano, enviarlos para ser acribillados por los persas, quienes no tardarían en darse cuenta de que una nave chipriota se acercaba a sus costas y no tardarían en masacrarlos ferozmente sin reparar en absolutamente nada. El barco se iba acercando poco a poco y en cualquier momento una candente lluvia de fechas caería sobre ellos, y conforme se acercasen más a tierra firme se acercaban más a una muerte cruel y dolorosa, casi tanto como la muerte a la que los condena la tiranía de Polícrates.

La desesperación cundía entre ellos, y producto de ella resultaron echando al capitán y a los no más de veinte guardias al agua. Fueron muertos algunos prisioneros también en aquel motín, pero sus decesos fueron más rápidos que los que les esperaban a los otros que tenían rumbo marcado hacia la base persa. Dentro de sus intentos intuitivos y desesperados lograron enrumbar la nave hacia Egipto. Era obvio que el tirano los había enviado para que fueran acribillados por los persas. Entonces por que no atacar a los egipcios, y divertirse un rato. Los trirremes se enrumbaban ahora hacia la base egipcia, pero no con intenciones amigables. Estaba cantado a viva voz que los persas iban a triunfar, tal vez estos le perdonasen la ida y regresarían a cobrar una venganza contra Polícrates.

La nave griega iba hacia Egipto, con intenciones de atacarlos. Ahora los egipcios estaban verdaderamente solos y a su suerte. El visir Manetón desconfiaba de la caravana chipriota que se acercaba, pero el faraón pensaba que eran amigables. Aun así era consciente que el único modo de ganar la guerra era atrincherándose en las murallas de Pelusio...


Autor: Alexander Cóndor 

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