De la higuerilla del vestíbulo

23.06.2020

Del escepticismo a la credulidad. 

La noche era fría y solitaria en aquella ciudad medianamente pequeña, él vivía a las afueras y de noche se escuchaba solo a los estruendosos megáfonos modernos que reproducían las cumbias nacionales en medio de una fervorosa algarabía. Se había puesto como objetivo acabar un capítulo de la novela que se encontraba redactando por aquellos días, no me queda claro si logró terminarla o si se dio por vencido. Se había olvidado de llevarse consigo su taza de café y también había olvidado comprar el periódico aquel día, algo que era muy extraño en él.

Siempre había escuchado leyendas sobre aquella casona en la que vivía, que habían pasado numerosas y macabras cosas allí. Desde conspiraciones minuciosas hasta rituales satánicos. Mas él no lo creía, era escéptico en esos aspectos paranormales y enigmáticos, no sé si por que no las había experimentado o porque en el fondo si creía, pero lo negaba para que no lo dañase. Su gran vestíbulo daba la impresión de no acabar, y cuando ninguna luz, ni eléctrica ni natural, lo estaba alumbrando, el temor era enorme, sumado al frío serrano de la noche, a cualquiera que pase por allí se le congelaban las piernas y no sabía si avanzar o volver a la entrada. Había un árbol a la mitad de aquel ambiente, enorme, voluminoso, y por supuesto, como todo en aquel pueblo, estaba lleno de misticismos y leyendas. No se los creía ninguno, es más, incluso una vez, de manera vanidosa y fatua, retó a aquellas leyendas, llamándolas a insultos y agravios. Nada pasó aquella vez, y eso acrecentó más su agnosticismo.

Quiso incorporar alguno de esos aspectos místicos y maravillosos a su obra, y decidió salir a ver el árbol de dicha casona. Estaba allí, sus hojas se meneaban de un lado a otro por acción del viento produciendo cierta melodía natural, rupestre. La noche ya estaba demasiado adentrada y ponerse a gritar seria provocar un escándalo lleno de aspavientos y quejumbres de los demás por no dejarlos dormir. Se vio forzado a acercarse al árbol y descubrir que tenía este guardado para él. No es que creyese encontrar alguna olla de oro o algún duende escondido por ahí, pero si esperaba que algo paranormal le ocurriera por primera vez. Se acercó con vanidad, y con una convicción algo ególatra de que no le iba a pasar nada, al menos nada malo.

-Muy vigoroso a través de las leyendas, pero en persona no pasa nada -le dijo con cierto aire de superioridad.

Se sentó frente a la higuerilla a esperar que apareciese algún espíritu, algún duendecillo o alguna presencia mística y paranormal que pudiese integrar en su libro, algo tedioso por ser demasiado realista. Pasaban varios minutos y seguía sin ocurrir nada interesante, se estaba empezando a aburrir de aquella monotonía de tan solo ver las estrellas. Habría pasado allí como quince minutos hasta que el aburrimiento termino por consumirlo cruelmente. Decidió regresar a su habitación nuevamente, nada paranormal o extraordinario pasaría aquella noche, y su escepticismo y su egocentrismo estaban más acrecentados que nunca. Una hoja cayó de la higuerilla haciendo un ruido suave pero perceptible para los oídos minuciosos que tenía él.

No le asustó mucho, tan solo sintió un pequeño escalofrío que lo recorrió de pies a cabeza, ¿Sería tal vez una coincidencia? De seguro sí, así era y no tenía nada de que temer, al fin y al cabo esas cosas no existían y no tenía por qué tener miedo, ¿o tal vez sí? Subió por las penumbrosas escaleras, solitarias y silenciosas, algo perturbadoras para cualquier visitante que nunca había estado allí. Era tal el silencio que se escuchaba el ruido de sus pies al subir por ellas. Tenía la extraña impresión de que algo paranormal ocurriría a sus espaldas, a expensas de su conciencia, para darle un escarmiento por escéptico y vanidoso.

Al llegar a su habitación se dispuso a integrar uno o dos párrafos a la novela que redactaba, pero no tenía demasiada inspiración y lo único que hacía era escribir y luego borrar. Se estaba transformando en un proceso mecánico, ya carecía de sentido seguir allí. Dio por finalizada su jornada literaria de aquel día y decidió irse a dormir. Mientras se frotaba los ojos como involuntariamente, algo apareció atrás de él. No sabría cómo describirlo, se puso tan frío como el sereno de la noche, su escepticismo se fue para no volver más. Era como de una mujer, una sombra que se asomaba tras la pared a ver si estaba bien. Sus piernas estaban literalmente congeladas, al igual que sus labios, no atinaba ni a gritar ni a correr. Por más que se esforzaba no conseguía ni gritar ni correr. La sombra permaneció allí por un promedio de tres segundos cuando se fue.

Pero su petrificación duro casi diez minutos, no pensaba nada, su mente estaba en blanco, y lo único que hacía era arrepentirse de su escepticismo. Fuese quizás una trata de su mente para bajarle el egocentrismo, o quizás fue real. Sea cual sea la respuesta, salió corriendo despavorido. Todos se alarmaron y salieron a ver porque hacia tanto escándalo a tales horas de la noche, y le preguntaron de dónde venia, a lo que él dijo: "De la higuerilla del vestíbulo".  

Autor: Alexander Cóndor 

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