Esa vaca está maldita

30.06.2020

Un guiño de bienvenida.

Era enorme y espaciosa, pero no tanto como una mansión. Tenía cuatro pisos, imponentes a cualquiera que pase por la calle que resguardaba su fachada. No sé con exactitud cuál era su habitación en tan grande morada, solo puedo aseverar que allí vivía. A pesar de que había vivido allí la mayor parte de su vida no conocía con exactitud todos los lugares que en ella se resguardaban, ni tampoco tenía la menor idea de las historias que ella ocultaba.

Resulta que en cierta ocasión, se celebraba una gran fiesta de onomástico que fiel a las costumbres andinas, se asemejaba mucho a una fiesta patronal. Que carne de cerdo por acá, que de carnero por allá, de pollo por todos lados y los menudos vasos de gaseosa que burbujeaban por toda la sala. Fiel a su estilo, literario, la curiosidad de dicha alma solitaria estaba siempre presente. Sobre todo porque no le gustaba la algarabía que se propagaba por entre la multitud de la sala. Los cuartos del ala este de la sala eran inexplorados para quienes no cocinaban, se contaban múltiples leyendas de allí.

Había exceso de una cabeza de res, y estaba resguardada por el álgido viento que allí reinaba. Una vez que acabó la ceremonia protocolar, él estaba liberado de toda aquella aburrida pompa. Con una chaqueta de lana color marrón, se retiró a dormir tratando de ignorar la fuerte música que desde la fiesta se proyectaba, que a decir verdad era demasiado impetuosa. Dando firmes pasos por las escaleras para evitar caerse, y no es que estuviese ebrio, solo que el sueño estaba muy arraigado en él, se adentró en su habitación. Estrepitosamente se escuchó como la puerta se sellaba y mitigaba la música un poco. No era insomnio, pero por algún extraño motivo no podía conciliar el sueño. Le invadió un impulso desmesurado de curiosidad, tan suya. Quería verificar por sí mismo si las leyendas que contaban sobre una habitación de dicha casa eran ciertas.

Cierta parte de si le decía que no hiciese semejante absurdez, pero él ya se había decidido y no había marcha atrás. En cuclillas se dirigió a abrir silenciosamente la puerta de su habitación y con unos pasos extremadamente silenciosos recorrió aquel oscuro pasillo casi sin gente hacia la habitación en cuestión. Le intimidaba que alguien lo pillase en su aventura nocturna, y terminara siendo regañado por hacer travesuras a tan altas horas de la noche. Una vez que llego ahí se dio cuenta de que había olvidado algo sumamente importante: la llave. Neciamente trató de abrir la puerta a empujones, pero era en vano.

  • Busca en la repisa -le dijo alguna misteriosa voz.
  • ¿Ah? -respondió intrigado.
  • En la repisa de la entrada, ahí está la llave -reiteró la misteriosa voz.
  • Gracias -respondió tímidamente.

Efectivamente la llave se encontraba allí. "De donde habría podido provenir aquella voz que me apoyó en mi travesura" pensó. Creyó que quizás era alguno de sus primos que quería ver como lo castigaban por hiperactivo, pero llegado a este punto ya no había marcha atrás. Como si hubiese encontrado oro se dirigió hacia la puerta apresuradamente para ver qué era lo que se ocultaba allí. A pesar de que su curiosidad era muy fervorosa, el sueño ya comenzaba mostrarse en él, y de pronto comenzó a sentirse fatigado. Con una grandísima fuerza de voluntad giró la llave dentro de la cerradura y mecánicamente la puerta retrocedió tenebrosamente abriéndole paso a su exploración.

Era demasiado oscura, la penumbra de aquella habitación no permitía distinguir casi nada, a lo lejos, en el fondo de dicho habitáculo se veía algo que brillaba, como si tuviese vida propia. No encontraba el interruptor de la luz, si es que en caso había luz allí. Algo le molestaba en el cuello, le daba un escozor terrible. Creyó que tal vez podría ser una araña y desesperadamente se sacudió la nuca. Pero no precia caminar, parecía ser algún cuero, como cuero de vaca. Quizás la cabeza de vaca estuviese a su espalda y él no sabía, dándose media vuelta aprecio que no había nada tras de sí.

  • ¿Qué fue eso? -pregunto luego de oír algún ruido extraño, aunque no sabía de donde venía.

Una fuerte ventisca entro por la escotilla del techo y la puerta se cerró estrepitosamente. Miro a la cavidad por donde había entrado el aire y observo que el destello de luz que antes estaba allí, había desaparecido. Se quedó perplejo, y a ciegas trato de abrir la oxidada cerradura, aunque no lo logró. Se desesperó y comenzaba a sudar frío, realmente tenía miedo, pero no sabía a qué. Se decidió a gritar en busca de socorro, mala decisión, la música impedía que se escuchen sus despavoridos gritos. Su juicio ya no lo acompañaba y comenzaba a tirar golpes a la nada, a la penumbra. En uno de esos golpes desquiciados, le atino al interruptor y un foco polvoriento y sucio producto de la grasa se encendió. Una sonrisa macabra lo miraba fijamente, el destello de luz que había visto hacia poco era el putrefacto, verde pero luminoso ojo de la cabeza vacuna. Su sonrisa era perfectamente macabra, parecía que quisiera torturar al que la mirase. En eso abrieron la puerta.

  • ¿Qué haces tú aquí? -le preguntaron un par de señoras.

No respondió nada, en vez de eso, salió corriendo despavorido como alma que se lleva el diablo. Llego a su habitación y se ocultó acurrucándose debajo de su cama, respiraba fuertemente y el miedo lo había invadido por completo, tenía la certeza de que esa vaca está maldita.

Autor: Alexander Cóndor 

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