¿Quién tocó mi guitarra?

14.07.2020

Rasguños de furia. 

El álgido ambiente se sentía en el alma, hacia titiritar a cualquiera que allí estuviese. En una mano tenía un libro de García Márquez y en la otra una cálida taza de café. Augurios y supersticiones abundaban allí, imperaban las leyendas y mitos sobre todas las habitaciones de esa casa, mas su escepticismo las rechazaba todas. No había nadie, tan solo los eclipsados rayos de sol con una luna tímida que se comenzaba a asomar lentamente, sumado a los aullidos que se escuchaban en la lejanía. Vivía solo, rara vez tenia compañía.

¿Qué más se podía hacer? Sino leer, deleitarse con la perfecta dote literaria de los latinoamericanos del boom. Solían repetirse con cierta frecuencia aquellos momentos inefables e incomparables. Desde que tenía memoria los había experimentado, y a la vez disfrutado. Esporádicamente se escuchaba un desafinado acorde que parecía venir de algún ambiente por allí cercano. Constantemente lo había ignorado, "Será alguno de los vecinos" pensaba siempre, no obstante nunca se le había ocurrido formular hipótesis sobre el misterioso guitarrista espontáneo.

Tenía una guitarra polvorienta guardada en una de las vetustas repisas de ciprés algo gastadas por el tiempo. Mas nunca la había sacado de su estuche, que más parecía sarcófago. Pasaron así como cuatro años, y los acordes ya habían dejado de volverse tan esporádicos. Los había asimilado como una música de fondo que ambientaba sus solitarias tardes de desafecto. Hace mucho que ya se había dejado de preguntar: ¿Quién toco la guitarra? Cierta ocasión aparentemente habitual, se encontraba leyendo un relato de misterio, sobre una melodía o algo así, que despertó su curiosidad aún más. Decidió ir en busca de origen de dichos acordes, llevo su guitarra porque a lo mejor y resultaban pasando el rato tocando. Salió de su casa y se encontró a su vecino soporífero, recostado en su puerta.

  • ¿Sabes tocar guitarra? -le preguntó.
  • Un poco, ¿y tú? -respondió.
  • Casi nada.
  • Ahí tengo un guitarra, ahorita la traigo.
  • Ve -asintió.

Mientras tanto sacó su guitarra del estuche. Su vecino volvió como a los cinco minutos, era una guitarra de caoba, bien cuidada, parecía que recién la hubiese comprado.

  • Está chévere -se refirió su vecino.
  • Humildemente -respondió de manera sarcástica.
  • ¿Tocamos? -propuso.
  • Claro

Se pusieron a tocar como hippies en plena calle, "Están ebrios" pensaba la gente que por allí pasaba. Se pasaron como una media hora improvisando entre melodías clásicas, otras medianamente modernas y unas cuantas criollas, sentían las canciones en el alma. El frío volvió a incomodarles y terminaron despidiéndose y volviendo a sus casas. Pero antes de que ambos cierren la puerta, le preguntó:

  • ¿Tú tocas unos acordes esporádicos?
  • No, después de años utilizo mi guitarra -respondió.
  • Vaya, estoy loco -sugirió.
  • ¿Por qué?
  • Porque de vez en cuando se escuchan unos acordes escalofriantes -le comentó.
  • En esa casa dicen hay fantasmas, pero no creo que sepan tocar guitarra -respondió y ambos de rieron.

Una vez entro en su casa, guardo la guitarra y volvió a sumergirse en su mar literario, quizás producto de las obras de surrealismo y fantasía se estaba imaginando sonidos misteriosos. Al día siguiente tuvo que limpiar aquel polvoriento estante, pero dicha tarea la empezó demasiado tarde y dejándola a medias, todo el polvo había caído encima de la guitarra. Fue a dormir tranquilo de que ya no habría perturbación alguna con los acordes misteriosos, tenía la certeza de que todo era producto de su imaginación.

A la mañana siguiente despertó, sobándose los ojos, la vista engorrosa. Se dirigía al baño, pero al pasar no pudo evitar observar el estante dejado a medio limpiar se acercó a ver si le faltaba mucho. Vio que la guitarra estaba demasiado polvorienta, fue a buscar algo con que sacudirla. Al volver se fijó que había algo raro en ella. Se acercó a verla con detenimiento y sacudiendo la suciedad vio como una marca producto de rasguños en la guitarra, se veía claramente las letras que debieron haber sido talladas con esmero. "¿Quién tocó mi guitarra?" decía. 

Autor: Alexander Cóndor 

© 2020 La Singularidad hecha Relato
Creado con Webnode
¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar