Un genocida despiadado

05.08.2020

Molestias inconscientes.

Llegaban los rumores de que había unos genocidas que asolaban a la ciudad, todos estaban histéricos. Ocurrían con mucha frecuencia, y se cobraban la vida de en promedio diez por cada vez que acontecía, a veces más, a veces menos. Nadie podía detenerlo, y tampoco lo habían intentado; el miedo se había apoderado de la población entera. ¿Las fuerzas armadas? Esas también los asesinaban. Ya prácticamente no tenían a nadie que los salve de aquellas masacres esporádicas.

  • ¿Por qué nos matan? -le preguntó un poblador al otro, peludo y con una mirada tan enorme que parecía se tragaba al otro interlocutor.
  • ¿Y yo soy un erudito o qué, para saberlo? -respondió otro poblador, algo más joven de una manera arrogante como estando harto de los asesinatos como para seguir hablando de ese tema.
  • ¿Alguien podrá detenerlo? -repreguntó el primero, ignorando la seca respuesta que le dio su compatriota.
  • Si alguien pudiera ya lo habría hecho hace mucho, ¿no le parece? -contestó como queriendo acabar lo más pronto posible con aquella conversación.

Se encontraba viendo como el mismo genocida desaparecía los cuerpos, aniquilados producto de la masacre tan cruel y sangrienta que allí se había cometido hace poco. Los más suertudos lograban escapar por piernas, mejor dicho por alas, con una velocidad tremenda que les permitía contar aquel encuentro cercano con la muerte. La efímera vida que llevaban se veía interrumpida por aquellas predestinadas masacres, que volvía aún más corta sus miserables existencias. Justo en ese preciso momento, un estruendoso sonido predeciría a un nuevo genocidio, cada vez se repetían con más frecuencia.

Los pobladores consideraron que ese gigantesco desalmado, despiadado que perpetraban sin ningún remordimiento sus masacres, no debía de tener sentimiento alguno. ¿Cómo podía tenerlos? Si cada vez que parecía haber un momento de calma, era perturbado por aquel destructivo enorme. Cuando quedaban poquísimos, menos de diez, parecía que las cosas iban a calmarse, pero el pesimismo ya se había apoderado de todos. Y es que la alta tasa de natalidad hacia que la demografía se recuperase en tiempo récord, y las masacres venían de nuevo.

  • Nos salvamos por poco. -volvió a mencionar el más viejo, su respiración estaba demasiado agitada y por un momento pareció que no salía de allí con vida.
  • ¿Hasta cuándo estaremos así huyendo, sin saber si en cualquier m momento terminaremos aplastados y descuajaringados? -tenia furia y miedo al mismo tiempo, pero había logrado mantener u equilibrio entre ambos. Y su expresión pecaba de inefable.
  • Te has preguntado alguna vez, si nos matan porque, inconscientemente hacemos algo que los perturba tanto que los hace llegar al extremo de querer asesinarnos masivamente. -cavilo el primero, con la mirada fija en el cielo, como si esperara que el genocida se dé cuenta de que lo había dejado con vida y se lo llevase a el también.
  • Nuestras miserables vidas no molestan a nadie, ¿qué podemos hacerles nosotros al déspota ese? -respondió, con cierto enojo como si le hubiesen dicho algo incómodo.
  • No se me ocurre otra explicación coherente a la masacre que vivimos, ¿Por qué otra cosa se ensañan con nosotros?
  • Debe ser porque le da placer matar... Si por eso debe ser, debe ser alguien con trastornos mentales al que no le agradamos para nada. A la escoria esa nadie la va a frenar -respondió, como si se le hubiese iluminado el cerebro.
  • No me convence del todo esa respuesta. Siento que hacemos algo que le incomoda y por eso es que se ensaña con nosotros. -repensaba mientras su mirada seguía perdida en el cielo, un cielo blanco que parecía desmoronarse.

Un gran peso cayó encima de ellos en aquel momento. Habían sido víctimas de una nueva masacre, les había tocado ser los desafortunados. Haciendo esfuerzos increíbles el más joven de los dos logro ponerse en pie de manera enclenque. Mientras veía al otro, tirado y sin vida se comenzaba a lamentar. Lo miraba fijamente y se preguntaba si lo que había dicho era verdad o no. Sus seis patas se movieron como con desesperación y en ese momento fue rematado por el déspota asesino, un genocida despiadado.  


Autor: Alexander Cóndor 

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