Viene por la melodía, ¿verdad?

09.06.2020

Tan dulce que hace perder la cordura. 

 

Era una tarde fría, con un ambiente algo melancólico, algo hostil para aquella alma que tuviese que dejar su hogar en aquel momento, y dentro de su acogedora habitación se encontraba leyendo un artículo de aquel prestigioso diario estadounidense. Estaba solo en casa, sus únicas compañías una calurosa taza de café y su mascota, que mermaban aquella melancolía indeseable. Los rayos del ya casi larvado sol, ingresaban por un pequeño espacio entre sus cortinas y dejaban una sombra que tenía la apariencia de un edificio.

El café se le había terminado, así que decidió ir por más. Hizo un sacrificio enorme al levantarse de su ambiente acogedor, se dispuso a servirse más de aquel líquido tan imprescindible en tardes de frío. Mientras ponía a calentar su cafetera, oía una melodía, una melodía tan perfecta, que atraía a todo aquel que la escuchase, producía una sensación de placer tremendo, incomparable, que atraía tanto como el canto de una sirena. Aunque el sonido era tenue, aún se podía distinguir su lugar de procedencia, parecía que aquella melodía lo hubiese hipnotizado, y mecánicamente se dispuso a colocarse su abrigo y salió a buscar la procedencia de aquel sonido tan magnífico y esplendoroso.

Hace dos años que su novia había desaparecido, pero poco a poco lo iba asimilando, y el sufrimiento se había fusionado con su personalidad. La melodía parecía venir de la casa de enfrente y de manera suave y cordial tocó el timbre. Abrió un señor, si así se lo podía llamar, y es que su apariencia estaba tan desaliñada que era prácticamente imposible determinar su edad. Tenía una forma misteriosa de comportarse, como si lo hubiese estado esperando. El visitante, temeroso, se adentró en la morada de aquel hombre con aspecto de ermitaño. Los muebles eran muy antiguos, pero tenían el aspecto de ser nuevos, como si nadie los hubiese utilizado. El misterio que recorría sus pensamientos se acrecentó aún más cuando aquel misterioso hombre le preguntó: "¿En qué década estamos?". Una sensación de escalofrío recorrió el cuerpo de aquel joven que había ido en busca de la melodía, ¿Cómo era posible que alguien no supiese en qué década estamos? Quizás fuese un bromista, o un vagabundo que se había adentrado en aquella morada, de la que por cierto, no había visto a nadie salir o entrar desde que se había mudado a aquel vecindario.

Decidió evadir la pregunta, a espera de que fuese alguna broma o chascarrillo que le había querido jugar aquella alma desdichada. "Vaya, es tímido, lo comprendo, ¿Desea café?" - agregó ... El joven creyó que sería descortés rechazarle aquel ofrecimiento al anfitrión de aquella visita improvisada, así que asintió con la cabeza, al fin y al cabo, él estaba preparando café antes de cruzar la calle. En una tasa de aspecto barroco le sirvió su bebida. El café tenía un aspecto de ser importado, cosa muy difícil de conseguir en aquella ciudad. Se dispuso a beberlo, su sabor era profundamente intenso y apetecible. "Supongo que vino por la melodía" le dijo el ermitaño. Casi con un esfuerzo inhumano, el visitante se contuvo de no escupir el café que estaba bebiendo ¿Cómo era posible que supiera que estaba allí por una melodía?, ¿Era tal vez un sueño?, ¿O quizás algún fallo desatinado de su ya bastante golpeada mente? Como sea, él quería salir de allí lo más pronto posible, algo no debía estar bien.

"No tiene de que temer" prosiguió el hospedador, "yo también la oigo y es cierto que atrae tanto como el canto de una sirena, y al parecer se origina en esta morada; pero aunque le parezca absurdo, da la sensación de que aquella melodía huyese de quien la busca. Un día se oye en el dormitorio deshabitado, al día siguiente en el sótano, dos días más tarde en el ático. Nunca, en todo el tiempo que llevo viviendo aquí, he podido encontrar el origen de tan maravillosa melodía". Al fin se dispuso a entablar conversación y le respondió "Pero...entonces ¿No ha podido saber de dónde proviene?" a lo que el ermitaño le contestó: "Solamente sé que viene de esta humilde morada, pero no he podido identificar el lugar exacto, la oigo desde hace 20 años, desde que...", su voz se quebró estrepitosamente.

"Imagino que yo no soy el único que la ha podido oír, ¿Cuántos más han preguntado por ella?" interpeló el joven visitante. "A parte de mí, hace muchos años, solamente usted". Aquella frase era sorprendente para el visitante. De pronto se volvió a oír aquel sonido tan magnifico, tan embellecido, "¡Allí está de nuevo!" Exclamaron ambos al mismo tiempo, "Parece que es en la habitación deshabitada, si vamos discretamente podremos observar su procedencia", el joven visitante asintió con la cabeza, mudamente.

Tratando de hacer el menor ruido posible subieron por aquellas escaleras de madera, que tenían aspecto medieval. Se dispusieron a abrir la puerta, de manera discreta y disimulada; pero cuando lo hicieron, la melodía ya se había esfumado. Nuevamente, como si estuviesen sincronizados exclamaron "¡Diablos! Estábamos tan cerca". El joven y su enorme curiosidad no pudieron evitar observar retratos de una mujer muy bella, se parecía mucho a su novia desaparecida, incluso la foto se parecía a una que él tenía, solo que con aspecto más antiguo. "Disculpe la indiscreción, pero, ¿Ella es...?" "Ella era mi esposa" le interrumpió el ermitaño. "Estuvimos casados nueve años. Hasta que un día dijo que visitaría a su hermana y nunca más volvió" Era inconcebible, era la misma historia de la novia de aquel joven visitante, la única diferencia era que esta última había dicho que iba a visitar a su prima.

El joven estaba pasmado, no atinaba a decir nada, era como si estuviese muerto, ni siquiera parpadeaba, "¿Está todo bien?" exclamó el ermitaño, mas no obtuvo respuesta. De pronto la melodía se volvió a oír, pero esta vez en la sala. Ambos caminaron tímidamente hacia el lugar, y allí estaba. Era la sombra de una mujer, de edad medianamente joven, que tocaba una flauta. Ambos no sabían qué hacer, sus rostros habían perdido el color, y su razón también parecía haberse ido. Parecía que el tiempo se hubiese detenido. Disfrutaban placenteramente de la melodía, pero incomprensiblemente, al mismo tiempo, se sentían torturados.

Alguien tocó la puerta, y aquella mujer desapareció. El joven volteó a ver y el ermitaño ya no se encontraba a lado suyo, tan solo su chaqueta. Una expresión de intriga se dibujó en su rostro. Se dispuso a abrir la puerta, algo malhumorado porque habían interrumpido un momento tan placentero. Abrió y se encontraba allí un hombre joven, en fachas de una depresión profunda, quien saludó amablemente: "Buenas tardes, señor", a lo que el primero le respondió "Viene por la melodía, ¿verdad?"

    

 Autor: Alexander Cóndor 

© 2020 La Singularidad hecha Relato
Creado con Webnode
¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar